Una perspectiva serena de la muerte
"La muerte no es la negación de la vida sino un proceso necesario de la evolución."
Bardo es una palabra tibetana que significa: transición. Bar significa: entre y do: suspendido. El título Libro Tibetano de los Muertos fue pensado en principio por el traductor y editor W.Y. Evans-Wentz por imitación del título Libros egipcios de los Muertos. El nombre verdadero es Bardo Thödol Chemno que significa La gran liberación a través de oír al Bardo. Representa una especie de guía o film de los estados después de la muerte, destinada a ser leída por un maestro o un amigo espiritual a una persona mientras que ésta abandona el plano físico y después de la muerte. Los estudios sobre el Bardo son muy antiguos y los volvemos a encontrar en el trabajo titulado Tantrele Dzogchen. El Bardo Thödol Chemno es parte de un ciclo mayor de enseñanzas atribuido al gran maestro Padmasambhava (S. VIII), fundador de lamaserías tibetanas, creador de una amplia tradición budista continuada en siglos posteriores por los grandes maestros espirituales Marpa y Milarepa, fundador de la escuela Nyingmapa (Sombreros Rojos) y luego de la orden Gelug-pa (Sombreros amarillos) revelada en el s. XIV por el visionario tibetano Karma Lingpa.
El Bardo Thödol provocó mucha agitación en países de lengua inglesa cuando su primera aparición en el año 1927. Es de los escritos que no solo interesan a especialistas en el budismo Mahayana. Gracias a las profundas visiones sobre los secretos del alma, el trabajo se dirigía a todos aquellos que se esforzasen a lo largo de la vida en ampliar el conocimiento sobre el mundo espiritual.
El Bardo Thödol es un texto esencial que los sabios del Tíbet aconsejan leer por lo menos tres veces en la vida y meditar sobre él. Un sabio proverbio tibetano dice así: No sabemos nunca que viene antes, si el día de mañana o la vida futura.
Un gran maestro del S. XII Drakpa Gyalsen decía: ¡los hombres pasan la vida entera preparándose, preparándose y la vida futura los halla desprevenidos!
En el Bardo Thödol se explica la idea de la diversidad cualitativa de los niveles de la conciencia y las realidades metafísicas correspondientes. Es evidente que para alguien no iniciado en la mística budista es difícil de comprender la frase:
Conociendo el vacío de tu propia mente, tal como hiciera Buda y viéndolo como tu propia conciencia, mantente en el estado de espíritu divino de Buda.
Sin embargo, se parte de la premisa de que el ser humano tiene la oportunidad durante la vida de iniciarse en la práctica espiritual autentica.
La idea básica es que la muerte ofrecerá la posibilidad de una gran iniciación, que beneficiará a todos los seres humanos, pero que esta iniciación implica una serie de pruebas que los seres humanos, iniciados o no, están obligados a enfrentar y a vencer. Experimentar post mortem la Luz Divina constituye, en la práctica, quizá la más difícil prueba iniciática.
Leer en voz alta El Libro Tibetano de los Muertos por parte de un conocido a quien dará el gran paso, constituye la última oportunidad que tiene un moribundo en esta existencia, pero siempre el alma del que abandona el mundo físico es la que decide su propia suerte; él es quien puede y debe elegir la Luz Clara Primordial y resistir las tentaciones de las luces impuras.
Las enseñanzas del Thödol tienen por fin la vivencia de la iniciación o la invocación de las enseñanzas de los guías espirituales en recordación de los que han abandonado el mundo físico, ya que la enseñanza espiritual no es en el fondo más que una iniciación en el viaje hacia el Bardo, al igual que la iniciación del vivo no es nada más que prepararse para el viaje al Más Allá.
Este más allá no es para nada un más allá de la muerte, sino un más allá psicológico, un derrumbamiento de las convicciones o como ha dicho un cristiano: una salvación de ataduras terrenales y de pecados. La salvación es una absolución y una liberación de un estado de oscuridad e inconsciencia; un impulso hacia un estado de iluminación, de desprendimiento, de superación y de triunfo total sobre las limitaciones de la vida.
La iglesia cristiana ortodoxa y en cierta medida la iglesia católica son las únicas en Occidente donde se puede encontrar reminiscencias de una preocupación por el alma del muerto. En el protestantismo existen solamente algunos grupos llamados círculos de rescate que se ocupan de la ayuda a los recién muertos.
En la cultura occidental no existe una obra que pueda ser comparada con el Bardo Thödol, por lo tanto podemos afirmar que Bardo Thödol representa la enseñanza especial sobre la ayuda que puede ofrecerse al alma que se halla más allá de la muerte. Esta ayuda se basa de manera racional en la creencia en la inmortalidad del alma y también en la necesidad psicológica de los vivos de dar ayuda espiritual a los muertos. Se trata aquí de una necesidad elemental que abarca aún a los seres humanos, despiertos desde un punto de vista espiritual, frente a la muerte de familiares y amigos.
Dejando de lado los rituales religiosos dedicados a los muertos por las iglesias católicas y cristiano ortodoxas, la preocupación nuestra por los muertos es rudimentaria pues no solo no podemos hacer lo suficiente para convencernos de la inmortalidad del alma sino que hemos racionalizado la necesidad del alma circunscribiéndola a las realidades palpables de los mundos físicos.
El texto del Bardo Thödol tiene tres partes. La primera, llamada Chikhai-Bardo, describe las impresiones mentales en el momento de la muerte. La segunda parte, Chönyid-Bardo, habla sobre las llamadas ilusiones kármicas que aparecen inmediatamente después de la muerte. La tercera parte, Sidpa-Bardo, se ocupa de lo que los seres devendrán desde que salen del bardo.
El momento de la muerte ofrece la oportunidad de acceder al más alto conocimiento, al estado de iluminación plena. Inmediatamente que los seres humanos pasan completamente al mundo del más allá comienzan las ilusiones, en que las luces sutiles brillantes se vuelven totalmente turbias y más variadas, y las visiones se vuelven más aterradoras. Este descenso muestra el alejamiento de la conciencia de la Verdad liberadora y el acercamiento a la existencia astral en función de las resonancias astrales que le corresponden. Orientarse por la lectura del Bardo Thödol tiene por finalidad que el alma de los que mueren ponga atención en cada etapa que recorre, en las posibilidades de liberación que aparecen en cada etapa y guiarla sobre la naturaleza de sus visiones.
El Absoluto (Vacío Primordial) no puede ser conocido sino mediante la trascendencia de todas las dualidades: sujeto (aquel que percibe) – objeto (lo que es percibido); mundo de los fenómenos – Realidad Última; samsara - nirvana , etc.
En relación con el mundo de las dualidades, Nagarjuna, un gran místico tibetano, dice que existen dos clases de verdades: la verdad relativa, convencional (samvritti) y la verdad absoluta (paramantha). Desde esta primera perspectiva, el mundo de los fenómenos aunque ontológicamente irreal, es percibido de un modo muy convincente en la experiencia del hombre común. Desde la perspectiva de la verdad absoluta, el espíritu descubre la irrealidad de todo lo que parece que existe, ya que esta revelación no es expresable con palabras.
Estas dos clases de verdad están en relación con las diversas categorías de seres humanos. Seguramente, todas las personas poseen una naturaleza de Buda en potencia, pero realizar esta naturaleza depende del karma de cada persona, pues es el resultado de las numerosas existencias anteriores.
Un muy buen ejemplo para entender la diferencia entre estos dos tipos de verdad, relativa y absoluta, es el viejo proverbio tibetano que dice así:
Lo que nace, morirá,
Lo que se aprieta, se soltará,
Lo que se acumula, se gastará.
Lo que se construye, se arruinará
Lo que ha sido levantado, caerá.
Estas son verdades ligadas al mundo físico; con referencia al mundo espiritual: el mundo de la verdad absoluta, este viejo proverbio tibetano de más arriba debe ser entendido así:
Existimos en la eternidad, porque somos seres divinos eternos,
Todo aquello espiritual que acumulamos, lo conservamos a través de las numerosas existencias
Si logramos elevarnos espiritualmente hasta alcanzar el Absoluto (o sea nos liberamos) entonces no caeremos nunca.
Sobre el fenómeno de la muerte
"Solamente podemos decir que es en verdad real aquello que no puede llevarte la muerte. Todo lo demás es ilusorio y está formado por la misma sustancia de que están formados los sueños." Osho
Por desgracia, existen dos actitudes extremas frente a la muerte. Hay quienes tienen un estado de desesperación y otros un estado de exaltación. Existen personas que ensalzan la muerte y se conocen casos de jóvenes que se han suicidado porque estaban convencidos que la muerte era algo maravilloso; una evasión de su vida deprimente. Otros viven permanentemente, concientes o no, un estado de temor a la muerte, angustiante y paralizante.
Sea que le temamos y nos neguemos a mirarla de frente o que fantaseemos sobre ella, debemos entender que la muerte no es ni depresión ni exaltación, es pura y simplemente un hecho de la vida. Para aquellos que se han preparado y han tenido una práctica espiritual consistente, la muerte no viene como una derrota sino como un triunfo, una culminación del momento más importante de la vida.
El Yoga Sutra de Patanjali dice que la ignorancia (Avidya), el sentimiento del ego (Asmita), el apego (Raga), repulsión (Dvesha) y miedo a la muerte (Abhinivesha) son tensiones fundamentales de las mentes. Aún aquellos instruidos y sabios tienen miedo de la muerte. Solo el que muere antes de morir, el perfecto, no se desesperará frente a la muerte.
La muerte es segura para el que nace y el nacimiento es seguro para el que ha muerto, si no ha alcanzado la perfección. Ni siquiera la creencia de la supervivencia más allá de la muerte (en la eternidad) nos aleja del miedo a la muerte.
En realidad, no debemos tener miedo de la muerte, sino de una vida perdida.
El miedo a la muerte, paralizante, hace al hombre más mortal. Si no vencemos poco a poco este miedo, no tendremos éxitos notables en nuestra práctica espiritual, porque la mayoría de los estados espirituales auténticos implican un estado de trascendencia de las realidades conocidas y apertura a realidades espirituales semejantes a una pequeña muerte.
Para la mayoría de los hombres es difícil meditar sobre el fenómeno de la muerte (como es el caso de la iniciación en el Bardo Thödol) pues no meditan ni dedican demasiado tiempo para pensar siquiera en su propia vida. Piensen en los hombres de carrera que trabajan años seguidos y luego deben jubilarse solo para constatar que no saben qué hacer con ellos mismos, a medida que envejecen y se acerca la muerte.
Los hombres tienen la convicción de que no tienen tiempo para la práctica espiritual constante, porque los problemas de la vida se tragan toda su energía y todo su tiempo. No se dan cuenta de cuánto tiempo gastan en obras sin ninguna importancia, y que la meditación les puede enseñar precisamente como estructurar un modo sabio de vida, ordenar correctamente las prioridades y volverse más eficientes en todo aquello que emprendan.
Ramakrishna, un gran maestro espiritual de la India, dijo a uno de sus discípulos que estaba muy tentado por el mundo: ¡Quizás si dedicaras a la práctica espiritual, solo un décimo del tiempo que pierdes en correrías tras las mujeres o en ganar dinero, en pocos años serías iluminado!
La práctica espiritual, lo mismo que la que se realiza en cualquier campo, requiere esfuerzos muy tenaces, muchísima paciencia y tiempo. Pongan a la tarea el mayor discernimiento posible, porque el camino espiritual pide mucha más inteligencia, equilibrio y sentido común que cualquier otra disciplina, puesto que está en juego la Verdad Suprema.
Cualquiera puede oír un discurso sobre la teoría de la natación, pero si no intentó nadar alguna vez, tirándose al agua, no podrá arreglárselas. Lo mismo sucede con las obras y con los que escuchan aspectos teóricos relacionados con el momento de la muerte pero sin tener una práctica espiritual constante. No podrán mantener la conciencia atenta sin distraerse y sin ser molestados por las modificaciones del medio que los rodea; no progresarán ni se beneficiarán de la gracia que se manifiesta en el momento de la muerte.
En el momento que nosotros, a raíz de la práctica constante de la meditación, alcancemos el estado de calma mental, en lugar de las chácharas mentales a que nos acostumbró nuestro ego toda la vida, constataremos que oímos en la mente instrucciones y enseñanzas claras que nos inspiran, nos reprenden, nos guían y nos dirigen en las vueltas de la vida. Cuanto más oigamos, más instrucciones recibiremos. Quizás si seguimos la voz del alma, la voz de la conciencia discriminatoria y hacemos callar al ego, lleguemos a experimentar la presencia de la sabiduría, la alegría y la beatitud. Cuanto más escuchamos, más oímos; cuanto más oímos más profunda se vuelve nuestra inteligencia.
La llave para encontrar un equilibrio feliz en la vida moderna es la simplicidad. La simplicidad, en la tradición budista, representa el verdadero sentido de la disciplina. En lengua tibetana, el término para disciplina es tsul trim. Tsul significa adecuado o justo y trim significa regla o camino. Entonces la palabra disciplina significa hacer lo que es justo o adecuado; en otras palabras, simplificarnos la vida. La paz de la mente vendrá de aquí. Así tendremos mucho más tiempo para conocer lo que solo lo verdadero espiritual nos va a aportar y que finalmente nos va a ayudar a enfrentar la muerte.
Uno de los principales motivos por los que la perspectiva de la muerte nos produce tantos sufrimientos es el hecho que ignoramos que lo transitorio es lo verdadero. Buda dijo: ¡El único aspecto permanente de la vida es el cambio!
Queremos desesperadamente que todo continúe incambiado, de la misma forma que creemos que las cosas permanecerán siempre las mismas. Pero esto es un engaño que desgraciadamente muchos de nosotros construimos en la vida. En nuestra mente los cambios equivalen siempre a pérdidas y sufrimientos. Pero no siempre es así. Un hombre que encontramos en la vida puede no parecernos amistoso al principio, pero luego que llegamos a conocerlo mejor, nos parece mucho más simpático. Lo mismo sucede con los cambios.
No habría ninguna oportunidad de conocer la muerte si esta ocurriera una sola vez al final de la vida. Pero la existencia, necesariamente, no es otra cosa sino una danza continua de nacimientos y muertes, una danza de cambios, de transitoriedades.
¿Por qué no nos acordamos más de las existencias anteriores? Porque si los hombres recordaran todo el mal que les fue hecho en existencias anteriores, serían muy infelices y su vida trascurriría a la sombra de recuerdos tristes y remordimientos. Es preferible que esta existencia parezca única para extraer el máximo de experiencia de ella. No olvidemos que las almas más evolucionadas tienen recuerdos o intuiciones de existencias anteriores.
Una persona con una educación cristiana, que se niega a creer que existe la reencarnación, al llegar al astral, puede no modificar esta idea por mucho tiempo, aunque pueda fácilmente encontrar esta verdad. Las almas que están menos evolucionadas mantienen en el astral su modo habitual de pensar por mucho tiempo. Con todo no debemos olvidar que existen estadísticas que muestran que en el mundo cristiano, mucho más del 60 por ciento de las personas entrevistadas, consideran que existe vida más allá de esta muerte, que ésta no es la primera ni la última de nuestra existencia.
Nos asusta la perspectiva de cambios, en realidad nos asusta la vida, porque aprender a vivir significa aceptar y aprender de los cambios.
El propio Buda murió. Su muerte fue una enseñanza destinada a mover a aquel ingenuo, indolente y satisfecho de sí mismo; nos conduce a la verdad que en este mundo material todo es transitorio y que la muerte es un hecho inevitable en la vida. Acercándose a la muerte, Buda dijo: De todas las huellas la del elefante es la más grande. De todas la meditaciones profundas, aquella sobre la muerte es la más importante.
En el momento que aceptamos la muerte descubrimos el vínculo fundamental entre la vida y la muerte; en algunos casos puede presentarse una posibilidad excepcional de curación.
Los budistas tibetanos creen que enfermedades como el cáncer son una advertencia destinada a hacernos recordar que hemos descuidado aspectos profundos de nuestra vida espiritual. Si tomamos en serio esta advertencia y hacemos cambios fundamentales en la dirección de la vida, existe una real posibilidad de curar no sólo los cuerpos, sino el ser entero.
Una mujer de Occidente, con lágrimas en los ojos, vino a pedir ayuda a un lama tibetano, diciéndole que estaba por morir. El lama con aire tranquilo y humor le dijo: ¡Querida señora, como todos vamos a morir, es sólo una cuestión de tiempo! Este es otro modo de expresar que todo lo que ha nacido va a morir, es decir, de expresar lo inevitable de la muerte.
Un sufrimiento prolongado antes de la muerte es el resultado de acciones anteriores realizadas por ese ser y ese sufrimiento tiene por fin redimir las faltas que este ser ha hecho, redención que se hace para evolucionar. No es posible la evolución en el mundo físico sin sufrimiento.
El estado de demencia senil, que aparece en la vejez, muestra que el espíritu ya está abandonando temporalmente el cuerpo físico para familiarizarse más con el mundo astral y prepararse para el gran viaje.
El motivo por el que el momento de la muerte contiene una oportunidad excepcional de liberación del ciclo de encarnaciones, es que entonces se manifiesta de un modo natural y de manera amplia y esplendida la naturaleza esencial del ser, llamada Luz Clara Original. Si en ese momento crucial somos capaces de reconocer esta Luz, alcanzaremos la liberación del ciclo de renacimientos. El momento de la muerte, para quien se halla en ese umbral, tiene mayor importancia en lo relativo a las múltiples oportunidades de evolución del alma. Pero la revelación producida por la muerte es directamente proporcional al grado de evolución de esa alma.
El grado de evolución del alma humana es directamente proporcional con el grado de familiarización con la verdadera naturaleza que alcance la mente, a través de la práctica espiritual durante la vida. Este es el motivo, bastante sorprendente, por el que en la tradición tibetana una persona que alcanza el estado de liberación al tiempo de morir, se considera como liberada en esta vida y no en un estado del bardo posterior a la muerte; porque en esta vida tuvo lugar el reconocimiento esencial y establecimiento en la Luz Clara Original.
Para la mayoría de los hombres el karma y las emociones negativas nublan la capacidad de intuir la naturaleza intrínseca de la mente y la naturaleza de la Realidad. En consecuencia, nos apegamos a la felicidad y los sufrimientos como si fueran realidades y con nuestras acciones torpes e ignorantes continuamos plantando las semillas de nuestros nacimientos futuros.
En el momento de la muerte, dos cosas tienen importancia, lo que hemos hecho durante la vida y nuestro estado mental en ese momento, siendo definitorio el segundo aspecto. Aunque hayamos acumulado mucho karma negativo, si somos en verdad capaces de transformar el corazón en el momento de la muerte, ésta no puede influir decisivamente en el futuro y puede cambiar el karma, ya que el momento de la muerte es una oportunidad excepcional para realizar un salto espiritual.
Con relación a esto el Dalai Lama dio el siguiente consejo: Sea que se tenga una cierta creencia religiosa o no, es muy importante que al momento de la muerte la mente esté tranquila. Desde el punto de vista budista, es indiferente que la persona que muere, crea o no en el renacimiento, su renacimiento existe, entonces una mente tranquila, aunque neutra ante esta verdad espiritual, es muy importante al momento de la muerte.
Por consiguiente, cuando morimos, nuestro estado mental es de la mayor importancia. Si morimos en un cuadro mental positivo nos puede mejorar el futuro nacimiento, a pesar de nuestro karma negativo. Por el contrario, si estamos trastornados y atormentados, esto puede tener un efecto nocivo, aunque hayamos empleado bien la vida. Esto significa que la última emoción y el último pensamiento ante la muerte tienen un efecto extremadamente poderoso sobre nuestro futuro inmediato. La mente está muy sensible en el momento de la muerte y nuestro último pensamiento o nuestra última emoción se pueden amplificar de un modo desproporcionado, oscureciendo totalmente nuestra percepción, o al contrario, iluminándonos en una situación de felicidad.
La mayoría de las veces, los hombres mueren como han vivido. Si han vivido en tranquilidad y armonía, así morirán; si han vivido en un estado de agitación y de conflicto interior, morirán descontentos con sí mismos, en un estado de turbación interior.
Una vez que se han iniciado en la naturaleza de la mente y la reconocen, tienen la llave para reconocerla de nuevo. Así como se debe guardar la fotografía y mirarla muchas veces para estar seguros de reconocer a la persona que esperamos en el aeropuerto, lo mismo se debe hacer para estabilizar y profundizar la práctica constante del reconocimiento de la naturaleza de la mente. De ese modo se graba tan bien, se vuelve en igual manera parte de uno mismo, que luego no hay más necesidad de fotografía y el reconocimiento es inmediato y espontáneo. Por lo tanto, luego de una práctica sostenida de reconocimiento de la naturaleza de la mente, cuando en el momento de la muerte aparece la Luz Clara Original, pueden llegar a un estado en que la reconocen y se funden con ella, de la manera espontánea como corre un niño ansioso en brazos de su madre.
En la medida en que desarrollamos más y más esta capacidad de reconocimiento, se vuelve parte de nuestras visiones de todos los días. Cuando estamos en condiciones de traer la realidad de nuestra naturaleza absoluta a la experiencia cotidiana, aumentan las oportunidades de reconocer la Luz Clara Original en el momento de la muerte.
La muerte es un momento excepcional para cualquier alma ya que representa una infinidad de posibilidades que se abren al ser humano. Ese momento es de una enorme y fructífera potencia sobretodo cuando sólo una cosa importa, el estado de nuestra mente. A falta del soporte del cuerpo físico, la mente se nos revela como es y como ha sido siempre: el arquitecto de nuestras realidades.
Si hasta el momento de la muerte o mismo en el momento de la muerte nos damos cuenta de la naturaleza de nuestra mente, en ese instante podemos purificarnos de todo el karma que ha quedado para quemar; podremos entrar en la vastedad de la pureza primordial de la naturaleza de la mente y alcanzar la liberación.
Ahora la mente está presa en una red viento del karma, lo que hace que no tengamos un estado real de libertad. En el momento en que nos separamos del cuerpo físico, tenemos la oportunidad, a través del simple reconocimiento de la naturaleza de nuestra mente, de alcanzar la iluminación, o lo mismo, el estado de liberación.
El budismo afirma que la vida y la muerte existen en la mente y en ningún otro lado. En el Kybalion está escrito: Todo el universo esta formado por la Mente de Dios y la mente nuestra es una partecita de la mente de Dios. La mente se revela como el fundamento universal de la experiencia, creadora de la felicidad y el sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y muerte.
La muerte es el momento de la prueba espiritual más importante. En el momento de la muerte no podemos escapar de quien verdaderamente somos.
Independientemente de que nos guste o no, en ese momento se nos revela nuestro nivel espiritual.
El momento de la muerte se asemeja al paso de una frontera, es como un viaje a otro país, en el que después nos será fácil orientarnos y eliminar los momentos en que nos sintamos desorientados y perdidos, si hemos logrado una exploración antes de la muerte a través de la oración y meditación, Hagamos una analogía y digamos que a través de la meditación hemos logrado la juventud y visitamos una ciudad en otro país (en otra región). Aunque después de un largo período de tiempo, (decenas de años) llegamos de nuevo allí y decimos que nos perdimos, no tenemos mapa y puede que no tengamos dinero, el hecho de que ese lugar no nos sea totalmente extraño, nos hará las cosas más fáciles para salir del apuro. Sabemos qué comportamientos tienen los habitantes, cómo será mejor abordarlos, adónde será mejor caminar o dirigirse, etc. Lo mismo pasa cuando llegamos a una región astral que ya hemos visitado en la meditación. Sabremos orientarnos y cómo debemos proceder para tener el máximo de beneficios en el viaje por esta región astral.
En general hablamos de dos tipos de muerte. La muerte violenta, llamada así como consecuencia de los hechos que sobrevienen al suceso violento, como son los accidentes, y la muerte natural, llamada así como consecuencia de los hechos que se producen cuando tiene lugar el final de la duración natural de la vida, como una lámpara que se queda sin aceite.
Las muertes violentas son necesarias, a veces, para acelerar la evolución de algunos seres que no avanzan. El choque producido por la muerte violenta, tiene la condición de producir una fuerte reacción que actúa sobre las almas, determinándolas a progresar. A veces esa alma se rebela, busca entender por qué pasa a través de semejante experiencia y el intento de entender por qué pasa por esta experiencia, significa un crecimiento desde el punto de vista espiritual. Es como cuando vemos en el televisor un film que nos apasiona mucho y en cierto momento, viene alguien y nos apaga el televisor. Evidentemente nos rebelamos y queremos saber que pasó. A veces, las muertes violentas le ocurren a las personas que están fuertemente implicadas con un sector de su vida, precisamente, como una muy drástica lección de desapego.
Si la muerte violenta es el resultado de un sacrificio heroico, como por ejemplo, es el caso de los que mueren defendiendo la patria, a este choque evolutivo se agregan los méritos de los actos de valor y devoción, lo que representa un inmenso salto espiritual.
No existe ningún modo de burlar la muerte, todos debemos prepararnos para ella.
En el momento de la muerte, la forma física no existe más, se disuelve, Luego viene un momento de gracia, por un tiempo más o menos largo, durante el cual, todas las formas mentales (pensamientos) mueren.
Pero nosotros continuamos existiendo, estamos ahí, somos la presencia divina de nosotros, resplandeciente, completamente despierta. Ningún aspecto real ha muerto, solo los nombres, las formas, las ilusiones.
Con relación al fenómeno de la muerte, Osho dijo: Solamente podemos decir que es en verdad real aquello que no puede llevarte la muerte. Todo lo demás es ilusorio y está formado por la misma sustancia de que están formados los sueños.
El proceso de la muerte
"Si quieres hacer reír a Dios,háblale de tus planes."El proceso de la muerte consta de dos procesos de disolución: uno exterior y otro interior. Para observar las diferencias, debemos en primer lugar entender los componentes del cuerpo y de la mente que se desintegran en el momento de la muerte. Todo nuestro ser, tanto el cuerpo físico como el mental y el psíquico, está compuesto de cinco tipos de energía fundamental: la energía sutil de la tierra, la energía sutil del agua, la energía sutil del fuego, la energía sutil del aire y la energía sutil del éter. La muerte aparece entonces cuando todos estos elementos sutiles comienzan a desintegrarse.
La conciencia de los sentidos aparece en la mente. La carne, huesos, el órgano del olfato están formados preponderantemente por el elemento tierra. La sangre, el órgano del gusto y los líquidos del cuerpo están formados preponderantemente por el elemento agua. El calor y el órgano de la vista y las formas están formados preponderantemente por el elemento fuego. La respiración, el órgano del tacto y las sensaciones físicas, están correlacionados con el elemento aire. Las cavidades del cuerpo, el órgano del oído y los sonidos están correlacionados con el elemento éter.
Desde la mente, que encarna las cinco cualidades de los elementos, se desarrolla el cuerpo físico. Este mismo está embebido de estas cinco cualidades, gracias a este complejo mente-cuerpo es que percibimos el mundo exterior, construido a su vez, de combinaciones de las cinco energías sutiles fundamentales; tierra, agua, fuego, aire y éter (espacio).
Todos estos componentes se disuelven en el momento de la muerte. A medida que el aliento desaparece, las funciones del cuerpo y los sentidos se desvanecen. Los centros energéticos, (las siete chakras) pierden energía y sin el aliento que los sostenga, los elementos se disuelven, desde los más ordinarios a los más sutiles, sucesivamente. Como resultado, cualquier estado de disolución tiene efectos físicos o psicológicos sobre la persona moribunda y se refleja tanto en signos físicos exteriores como en la experiencia interior. Por ejemplo, se modifica el color de la piel, se producen un olor característico y cambios notables en la respiración.
a. La disolución exterior
La disolución exterior se produce en dos fases: en primer lugar, se desvanecen los sentidos y luego los elementos sutiles se disuelven a su vez, desde el más ordinario, la tierra, al más sutil, el éter.
1. El desvanecimiento de los sentidos. El primer aspecto del que se vuelve conciente el moribundo, es la cesación por etapas de las funciones de los sentidos. Podremos oír hablar a los hombres alrededor nuestro, pero no distinguiremos las palabras, o podremos ver la imagen de un objeto frente a nosotros, pero le veremos solo el contorno, no los detalles. Igualmente podremos tener ciertas percepciones olfativas, gustativas o táctiles, pero sin poder entenderlas realmente. Cuando esta experiencia sensorial deja de ser plena, marca la primera fase del proceso de disolución.
2. La reabsorción de la energía sutil de los elementos comienza con la tierra y finaliza con el éter.
2.1. La reabsorción de la energía sutil del elemento tierra consiste en el hecho de que el ser comienza a perder los últimos rastros de vitalidad, de vigor. Sentimos el cuerpo pesado, como si fuera abrumado por un peso enorme. En los textos tradicionales se describe esta sensación como si un monte gigante nos aplastara, moliéndonos. O podemos también tener la sensación de que caemos en un abismo o que nos hundimos en la tierra. No podemos levantarnos ni estar derechos ni sostener nada en la mano. No podemos siquiera sostener nuestra cabeza y a veces hasta parpadear nos parece un esfuerzo. Podemos pedir que nos levanten, levanten las almohadas, aparten las mantas. El color de la cara se vuelve terroso, las mejillas se afinan y a veces aparecen manchas marrones en los dientes. Al comienzo la mente está agitada y delirante pero luego puede caer en un estado de somnolencia.
Estos son signos de que la energía sutil del elemento tierra no puede ser más la base para la conciencia y se reabsorbe en la energía sutil del elemento agua, que se vuelve preponderante. El “signo secreto” de este paso, según los textos tradicionales, consiste en la aparición de un espejismo centelleante.
2.2. La reabsorción de la energía sutil del elemento agua se observa en el momento en que empezamos a perder el control de los fluidos corporales. Nos salen de la nariz, de la misma manera que sale la saliva de la boca. Puede aparecer un fluir de los ojos y tener incontinencia. Comenzamos a sentir los ojos secos. Los labios están contraídos y sin sangre, la boca está seca y muy sedienta. Temblamos y tenemos convulsiones. El olor de la muerte comienza a flotar sobre nosotros. A medida que se disuelve el elemento agua, la mente se vuelve confusa, frustrada, irritable y nerviosa. En los textos tradicionales se dice que sentimos como si nos ahogáramos en un océano o fuéramos barridos por el agua. El “signo secreto” puede ser una visión nebulosa con remolinos de humo.
2.3. La reabsorción de la energía sutil del elemento fuego la percibimos cuando sentimos que el calor del cuerpo comienza poco a poco a retirarse desde las extremidades hacia el corazón. La exhalación se vuelve fría. La boca y nariz se nos secan completamente. No podemos comer ni digerir mas nada. Nuestra mente oscila entre la claridad y la confusión. No recordamos más los nombres de familiares o amigos y ni siquiera los reconocemos. Nos es más difícil todo lo que percibimos del exterior, porque el oído y la vista están confusos. Nos sentimos abrasados por las llamas.
El elemento fuego se disuelve en el aire y se vuelve menos apropiado como base para la conciencia. El “signo secreto”, dicen los textos tradicionales, son unas chispas rojas que destellan, bailando sobre un fuego.
2.4 La reabsorción de la energía sutil del elemento aire produce una respiración cada vez más difícil. Comienzan los jadeos y estertores. La inspiración se vuelve cada vez mas corta y la expiración cada vez más larga y el período entre dos inspiraciones cada vez más largo. No podemos hacer ninguna clase de movimiento. Los ojos se dan vuelta hacia atrás y la última sensación de contacto con el mundo físico desaparece. Todo se esfuma y la mente se vuelve confusa e inconsciente del mundo exterior. Todas las percepciones se vuelven muy débiles, semejantes a una “brisa” de las conciencias.
2.5. La reabsorción de la energía sutil del elemento éter nos pone en relación con los mundos sutiles con los que resonamos. Si en nuestra vida existió mucha negatividad, tendremos visiones alucinantes con seres aterrorizantes. Si hemos vividos la vida en la bondad y en armonía, tendremos visiones celestes, beatíficas y encontraremos amigos queridos o seres espirituales. Para quienes han llevado una buena vida, la muerte es un momento de paz, no de espanto.
Nuestra energía se acumula ahora en el centro sutil del corazón. Las expiraciones se vuelven cada vez más largas, hasta el momento en que tiene lugar la última expiración. Es muy importante por dónde sale el aliento de esta última expiración, la “puerta” por donde abandonamos el cuerpo físico muestra de hecho el nivel de conciencia en el momento de la muerte. En este momento el calor permanece solo en el nivel del corazón. Todos los signos vitales han desaparecido y este es el momento cuando, en un informe médico, ese ser es declarado muerto.
Pero los maestros tibetanos hablan de un proceso de disolución interna que continua desde este momento. El intervalo entre el fin de la respiración exterior y “el comienzo de la respiración interior” se dice es aproximado “el tiempo necesario para comer” alrededor de veinte minutos. Pero todo el proceso se puede desarrollar muy rápidamente.
b. La disolución interior.
Desde el punto de vista de las tradiciones tibetanas, el gran paso todavía no se ha producido, porque todavía podemos hablar de una “respiración interior” que aún continúa.
En la disolución interior, los pensamientos y sentimientos, de los más groseros a los más sutiles, se disuelven ahora.
Aquí el proceso de la muerte es un reflejo en espejo del proceso de la concepción. Cuando el espermatozoide y el óvulo de nuestros padres se unen, nuestra conciencia es atraída y se encarna bajo la influencia de su karma. Durante el desarrollo del feto la esencia del padre, bindu de color blanco, permanece en la coronilla, al nivel de su sahasrara. La esencia de la madre. bindu de color rojo, está localizada en el nivel de su manipura, chakra ubicada dos dedos debajo del ombligo. A partir de estas dos esencias se produce la siguiente fase de disolución.
Con la desaparición del aliento que la retiene allí, la esencia blanca heredada del padre, baja a lo largo del canal central (sushumna nadi) hacia el corazón. En este momento se experimenta como signo exterior una blancura semejante a “la luz de la luna en un cielo sereno”. como signo interior la conciencia de estas personas se vuelve extremadamente clara y los estados mentales resultantes de la ira, que son 33, desaparecen todos.
Luego, la esencia de la madre comienza a elevarse a través del canal central (sushumna nadi) hasta el corazón, a la vez que desaparece el aliento que la retenía. Como signo exterior percibiremos un enrojecimiento semejante “al sol brillando en un cielo sereno”. Como signo interior aparece una gran experiencia beatífica, porque todos los estados mentales resultantes del deseo, cuarenta en total, dejan de funcionar.
Cuando las esencias rojas y blancas se unen en el corazón, la conciencia queda prisionera de ellas. En ese momento la percepción de las dualidades desaparece y el ser puede experimentar el temor a ser aniquilado, en función de su nivel de conciencia, por supuesto, porque el ser vuelve al momento en que tuvo su origen, alaya. Los maestros tibetanos dicen que esta experiencia se asemeja al encuentro del cielo y de la tierra. Como signo exterior se experimenta una sensación de negrura semejante a la de un cielo hundido en las tinieblas mas profundas. El signo interior es la experiencia de un estado mental carente de pensamientos.
Los tres grandes venenos de la gente (ira, deseo e ignorancia) van a desaparecer ahora; lo que enseña que todas la emociones negativas que tienen raíz en la samsara se detendrán por un período de tiempo más o menos largo, y se revelará al ser la naturaleza primordial de su mente en toda su pureza y simplicidad. Todo lo que hasta ahora oscurecía nuestra conciencia es dejado de lado y se nos revela la auténtica naturaleza de nuestra mente. Somos cada vez más puros y todo el proceso se vuelve un desarrollo hacia un estado de luminosidad, relacionado con el reconocimiento de la Luz Clara.
Luego, a medida que poco a poco recobramos la conciencia, surge la Luz Clara Original, en un cielo inmaculado, sin rastros de nubes. Esto es lo que llamamos estado de buda, lo que los cristianos llaman la conciencia de Cristo, fuente de todo lo que existe.
En el caso de la muerte súbita, accidental, este proceso tendrá lugar exactamente como está descrito, solo que extremadamente más rápido.
Los tres estadios de disolución interior pueden ser igual de rápidos, puede decirse, como chasquear tres veces los dedos.
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